jueves, 15 de octubre de 2015

JULIO FLOREZ, SI YO FUERA SERPIENTE

Si yo fuera serpiente
de esas que en el camino
al sentir el errante peregrino
ávidas le hincan el agudo diente,

a cuántos monstruos viles,
de almas inmundas en que hierve el cieno,
les hubiera infiltrado mi veneno
así como esos pérfidos reptiles.

JULIO FLOREZ, LA GUIRNALDA QUE CULMINA

La guirnalda que culmina
en la frente triunfadora,
huele a sangre, sabe a hiel;
siempre encubre alguna espina
punzadora
la caricia del laurel.

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JULIO FLOREZ, HAY EN MI CASA UN GATO

Hay en mi casa un gato
que siempre me acompaña en mi aposento;
y es, tal vez, el amigo más barato
y hasta el menos ingrato
de los pocos amigos con que cuento.

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JULIO FLOREZ, GUARDO EN MI PECHO UN TRONO

Guardo en mi pecho un trono
para la madre mía:
que aunque ella me dio el ser, yo la perdono...
porque no supo el daño que me hacía.

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JULIO FLOREZ, EN MIS VERSOS ESTÁ TODA MI VIDA

En mis versos está toda mi vida.
Cada estrofa es un ánfora que, en calma,
lleva una tempestad, y que convida
en ella a ver la sangre de una herida...
el filo de un dolor... la hiel de un alma.

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JULIO FLOREZ, CUENTAN QUE UN REY, SOBERBIO Y CORROMPIDO

Cuentan que un rey, soberbio y corrompido,
cerca del mar, con su conciencia a solas,
sobre la playa se quedó dormido;
y agregan que aquel mar lanzó un rugido
y sepultó al infame entre sus olas.

Hoy bien hacéis, ¡oh, déspotas del mundo!,
en estar con los ojos siempre abiertos...
porque el pueblo es un mar, y un mar profundo,
que piensa, que castiga y que, iracundo,
os puede devorar. ¡Vivid despiertos! 

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JULIO FLOREZ, CUANDO LA MADRE MURIÓ

Cuando la madre murió,
la huérfana Margarita,
para consolar su cuita
a muchas puertas llamó.

Pero la desventurada,
sin pan, sin luz, ni calor,
a su constante clamor
¡toda puerta halló cerrada!

Se acordó entonces del río...
y en él ya se iba a tirar,
cuando comenzó a temblar
de miedo... de horror... de frío!

De su intento arrepentida
esa noche recorrió
la ciudad, y se quedó
en una calle, dormida.

¡Despertóla un caballero;
le ofreció placer y lujo,
y a su casa la condujo;
es decir, al matadero!

De allí salió aquella flor
de blancura inmaculada
toda roja, toda ajada,
toda llena de rubor.

Después, sin rumbo ni apoyo
apuró toda la hiel:
fue a la cita, fue al burdel,
fue a la cárcel... fue al arroyo.

Y aquel ángel sin candor,
de la orgía en el estruendo,
¡se fue muriendo, muriendo
de vergüenza y de dolor!

Pero halló la última puerta,
la puerta del más allá...
¡la puerta que siempre está
a todo mortal abierta!

Y al cabo curó su mal,
sus males (porque eran mil)
una mañana de abril
murió en un viejo hospital.

Perdónala, pues, Dios mío;
imploro en vano tu apoyo;
y si se tiró al arroyo...
¡fue por no tirarse al río!
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JULIO FLOREZ, CUANDO ACABÓ EL ATEO

Cuando acabó el ateo,
con su frase vibrante y atrevida,
de eliminar a Dios... dijo: -No creo
en ese ser injusto.

Y, enseguida,
nos habló de sus penas.

La ancha frente
inclinó melancólico y sombrío...
y exclamó, distraído, de repente:
-¡Qué infeliz soy... Dios mío!

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JULIO, FLOREZ, CUANDO A LA MEDIA NOCHE ME DESPIERTA

Cuando a la media noche me despierta
el medroso aullido
de mi perro que, acaso mal dormido
en el umbral de mi puerta,
de los trasnochadores el ruido
oye en la calle lóbrega y desierta,
o el alerta
del gallo
que en las hondas tinieblas sumergido
cela, ampara y vigila su serrallo,
me incorporo en el lecho,
me incorporo y medito
en el daño espantoso que me has hecho.
En el mal infinito
que me causó tu amor... ¡amor maldito
que arrancar no he logrado de mi pecho!

Y abro los ojos en la sombra entonces,
mientras que a mis oídos
llegan melancólicos tañidos
de los lejanos bronces.

Y evoco, soñoliento,
los recuerdos queridos
que llenaron de luz mi pensamiento:
recuerdos, ¡ay!, de las difuntas horas
en que bebí el fulgor de tus pupilas
negras, pero brillantes como auroras.

¿Por qué os fuisteis tan presto, horas tranquilas,
Muertas encantadoras?

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JULIO FLOREZ, CRUZÓ COMO UN RELÁMPAGO EL VACIO

Cruzó como un relámpago el vacío,
bajo el trémulo palio de las frondas;
y cayó, de cabeza, en pleno río,
destrozando el espejo de las ondas.

Tres veces resurgió su cuerpo impuro
-su cuerpo encenegado en la molicie-
y otras tantas hundióse en el oscuro
fondo, bajo la rota superficie.

Después... flotó el cadáver en el agua,
en donde el sol, al expirar, ponía
el último reflejo de su fragua.

¡Y el cadáver se fue... con las abiertas
pupilas asombradas...: lo seguía
un callado cortejo de hojas muertas!


¡Agucé mis ternuras hasta vivir de hinojos
a sus plantas, en éxtasis: tal fue mi idolatría
sin ver más luz que el lampo divino de sus ojos,
ni ansiar más gloria que una: llamarla mía, mía.

Un pescador la extrajo del agua el otro día.
La vi... Y entonces tuve frenéticos antojos
de ceñirme a su yerta carne por si podía
animar el turgente mármol de sus despojos.

Me contuvo un amigo... el más amado: un hombre
cuyo nombre me callo... porque no importa el nombre.
-No te enloquezcas- dijo -ya que no fuiste experto:

esa mujer que serte constante y fiel juraba,
te engañaba conmigo, y, oye: Nos engañaba
con otro... ¡y por ese otro, es por quien ella ha muerto!

JULIO FLOREZ, COMO UNA ÁGUILA FÚNEBRE, FANTÁSTICA Y DEFORME

Como una águila fúnebre, fantástica y deforme,
la sombra de una nube se arrastra sobre el mar,
y el mar, eternamente palpitante y enorme,
no acierta a saber cómo
puede en su azul y gigantesco lomo
una mísera nube su silueta arrastrar.

Mas de pronto esa nube se ennegrece y se agita
y su sombra se agranda sobre el azul temblor;
ya es nubarrón obscuro, ya es noche que vomita
del abismo en el seno,
con el fragor terrible del huracán y el trueno,
es formidable boa del rayo asolador.

Y entonces el gran trémulo que su furor quebranta
contra las mudas rocas que intentan atajar
sus cóleras siniestras, retuércese y se espanta,
porque se explica cómo
puede en su azul y gigantesco lomo
una mísera nube su silueta arrastrar.

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JULIO FLOREZ, VELO QUE AL MÁRMOL IMPORTUNA

Blanco velo que al mármol importuna,
flota sobre la frente inmaculada
y tersa de la virgen desposada,
como un vago crepúsculo de luna.

Sutil como las gasas de la cuna
de la niñez que duerme sosegada,
y luego cual la niebla aletargada
sobre el glauco cristal de la laguna.

¡Calma, oh novia, tu ardor, calma tu anhelo,
y expira, antes que alumbre el nuevo día
marchita tu inocencia -¡flor de cielo!

¡Y en vez de aquella toca tan sombría
que ponen a las muertas, aquel velo
lleva intacto a la tumba negra y fría!

JULIO FLOREZ, BAJO LOS ALTOS CIPRESES

Bajo los altos cipreses,
el sepulturero, un día,
cantaba de esta manera
con honda melancolía:
?Entierro un grano de trigo
y el grano produce granos;
entierro un hombre... y el hombre
sólo produce gusanos?.

JULIO FLOREZ, ANTES DE QUE A LOS GOLPES

Antes de que a los golpes
del pesar yo sucumba,
dejar haré una grieta
pequeñita en mi tumba.

Para que tú, por ella,
te asomes, y tus ojos
alumbren mis helados
y lívidos despojos.

¡Y para que por ella
puedas verter tu llanto
sobre el cadáver mustio
de este ser que amas tanto!

Y para que le digas
al solitario muerto:
-¡De nadie seré nunca...!
¡sólo de ti!

¿No es cierto
que así dirás? Entonces
¡oh, mi dulce adorada!
Escucharás adentro...
una gran carcajada!

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JULIO FLOREZ, AL LECTOR

Hay una gruta, misteriosa y negra,
donde resbala bajo mustias frondas,
un raudal silencioso que ni alegra
ni fecunda: ¡qué amargas son sus ondas!

Con qué impudor bajo esa gruta helada
mil flores abren su aterido broche...
¡nunca al beso de luz de la alborada!
¡siempre al ósculo negro de la noche!

Esa gruta es mi alma; y esa fuente
muda y letal, mi corrosivo llanto;
y esas flores, los versos que en mi mente
brotan al choque de fatal quebranto

Cierto es que hay ámbar y color y almíbar
en muchas de esas flores... mas te advierto,
que éstas esconden repugnante acíbar,
olor de cirio y palidez de muerto.

JULIO FLOREZ, ¿OYES? LA LLUVIA CAE, TENGO FRÍO

-¿Oyes? La lluvia cae. Tengo frío.
La noche tiembla. El cierzo hace pedazos
las ramas de los árboles. El río
muge rabioso. Estréchame en tus brazos.
Posa tu boca en el semblante mío.
¿Ya no me quieres...? ¡Abre, tengo frío!

-¿Por qué has tardado tanto...? ¡Tengo sueño!
Sufro. La vida me atormenta. Agudas
me hinca las uñas con brutal empeño
la zarpa del dolor... mas tú me escudas.
¡Entra, oh Muerte adorada! ¡Se mi dueño!
Quiero dormir contigo... Tengo sueño.

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JULIO FLOREZ, ¿LA LUZ MÁS REFULGENTE?

-¿La luz más refulgente?
- Está en tus ojos.
- ¿La mayor alegría?
- En tu presencia.
- ¿La miel más dulce?
- Entre tus labios rojos.
- ¿El vergel más florido?
- En tu existencia
- ¿La sombra más oscura?
- Está en mi noche
- ¿El dolor más intenso?
- Está en mi herida.

JULIO FLOREZ, ¿ESCUCHAS?

-¿Escuchas?
-Sí.
-¿Qué escuchas?
-Un gorjeo
que brota de los labios de mi amada.
-¡Soñador! Es tu madre que murmura,
puesta de hinojos, funeral plegaria.

-¿Escuchas?
-Sí.
-¿Qué escuchas?
-¡El crujido
del vaporoso traje de mi amada!
-¡Soñador! No te engañes, es que cosen
un sudario de lienzo tus hermanas.

-¿Ves?
-¡Sí!
-¿Qué ves?
-El ardoroso brillo
que despiden los ojos de mi amada!
-¡Soñador! Es la aurora que despunta
en el mundo intangible de las almas.

-¿Sientes?
-¡Oh sí!
-¿Qué sientes?
-¡Ella! ¡Ella!
En este instante, ¡mírala...! ¡me abraza!
-¡Soñador! ¡No te engañes... no delires...
soy yo, soy yo... ¡contempla mi guadaña!

Dijo esto con sardónica ironía
la Muerte... Y alejóse de la estancia.
El poeta exhaló su último aliento,
y su espíritu huyó como una ráfaga.

Después, madre y hermanas, todas juntas,
alrededor de un féretro lloraban.
En la calle reían... y a lo lejos
doblaban por un muerto los campanas.

JULIO FLOREZ, CÓNDOR, HUESPED ETERNO DE LOS ANDES

-Cóndor, huésped eterno de los Andes,
que andas en las cumbres de granito
y en la serena atmósfera te expandes:
yo conozco mejor el infinito
que tú, porque mis alas son más grandes.

-¡Calla, poeta! ¿Acaso no comprendes
que tu ambición es sueño de un segundo?
¿qué si tus alas al espacio tiendes,
no acabas de subir cuando desciendes
a ensuciarte otra vez... mosca del mundo?

JULIO FLOREZ, OYE MUSA

-Oye, musa, necesito
una gran pluma...
-¡Un cometa!
-Mucha tinta amarga
-¡El mar...!
-Un gran libro...
-¡El infinito...!
-¡Vengan!
-¿Para qué poeta?
-¡Para escribir mi pesar!

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JULIO FLOREZ, SONETO RONDEL

Cantaba el ruiseñor su serenata.
En el nocturno piélago se hundía
detrás de la imponente serranía
la luna como góndola de plata.

Cantaba el ruiseñor su melodía.
En mi mente el recuerdo de la ingrata
mujer que en llanto mi dolor desata,
como un rayo de sol resplandecía.

Cantaba el ruiseñor bajo la umbría.
Así como la niebla se delata
se dilataba mi melancolía.

Y en tanto que por la mujer ingrata
en llanto mi dolor se deshacía,
cantaba el ruiseñor su serenata.