Hay en mi casa un gato que siempre me acompaña en mi aposento; y es, tal vez, el amigo más barato y hasta el menos ingrato de los pocos amigos con que cuento.
En mis versos está toda mi vida. Cada estrofa es un ánfora que, en calma, lleva una tempestad, y que convida en ella a ver la sangre de una herida... el filo de un dolor... la hiel de un alma.
Cuentan que un rey, soberbio y corrompido, cerca del mar, con su conciencia a solas, sobre la playa se quedó dormido; y agregan que aquel mar lanzó un rugido y sepultó al infame entre sus olas.
Hoy bien hacéis, ¡oh, déspotas del mundo!, en estar con los ojos siempre abiertos... porque el pueblo es un mar, y un mar profundo, que piensa, que castiga y que, iracundo, os puede devorar. ¡Vivid despiertos!